Antes de empezar a hablar sobre cómics, que es para lo que estamos aquí, me parece importante dejar clara una cosa. No creo que sea en absoluto adecuado referirse a los arquetipos como conceptos científicos o siquiera psicológicos. Las líneas de pensamiento de Jung, si bien pudieron encaminar ciertas ideas francamente interesantes, siempre se encuentran mucho más cercanas a una reflexión de carácter filosófico o metafísico que a la comprobación empírica de la realidad.
¿Por qué hablar, entonces, de arquetipos? Al leer los textos de Jung, no puedo evitar percibir, bajo una densa capa de distorsiones psicoanalíticas, una idea subyacente: la de una serie de conflictos universales y recurrentes a lo largo de la historia, que se expresan a través de historias y personajes con los que siempre nos hemos sentido identificados.
Jung explicaría este fenómeno a través de una escisión del famoso inconsciente freudiano. Para Jung, en otra muestra de lucidez reflexiva, carecía de sentido la existencia de una entidad incontrolable y manipuladora en nuestro cerebro en la que depositáramos nuestras más profundas represiones sin una razón aparente.
Muy influenciado por el evolucionismo de Darwin, Jung postuló que, si bien existía este inconsciente, debía tener una función adaptativa. Su conclusión, quizás algo apresurada, fue la siguiente: el inconsciente es una parte primordial de nuestro cerebro a la que no podemos entender porque su lenguaje es simbólico, en contraposición a nuestro habitual lenguaje racional. De esta manera, el inconsciente sería una entidad que trata de darnos las herramientas adecuadas para adaptarnos a distintas situaciones, a través de sueños o pensamientos automáticos a los que no podemos acceder debido a que su contenido está basado en símbolos.
Estos símbolos, sin embargo, no surgirían de la nada, sino que existirían en nuestro inconsciente desde nuestro nacimiento, como por alguna suerte de herencia genética que aún conservamos desde nuestros antepasados más lejanos. He aquí cuando surge el concepto estrella del doctor Jung, la idea, probablemente errónea, que vertebra y da forma a todo su pensamiento posterior: el inconsciente colectivo, presente de manera velada en la psique de todas y cada una de las personas que hayan existido alguna vez.
Este inconsciente colectivo, por tanto, estaría compuesto por una serie de entidades simbólicas que podrían ser representadas en la realidad de diferentes maneras y nos estimularían, haciéndonos sentir algunas emociones concretas; todo ello con el fin de mejorar nuestra capacidad adaptativa.
Intenso. Como poco. Es complicado, a veces, reordenar todo lo que sea que tuvieran en la cabeza los autores clásicos psicoanalistas para poder sacar algo en claro. Pero en este caso creo que es posible. Y, si desnudamos estos conceptos de sus vestidos metafísicos, creo que podemos encontrar un interesante análisis sobre cómo las personas de todo el mundo, a lo largo del tiempo, nos hemos sentido identificados con una serie de conflictos de carácter similar y que se han repetido numerosas veces en la ficción, desde los mitos clásicos hasta el cómic mainstream de la actualidad
Así, nos encontramos tanto en Aquiles como en Superman al héroe inmortal con una debilidad crítica; o hemos repetido hasta la saciedad historias de venganza por la pérdida de una figura paterna como la de Electra, Hamlet o, por supuesto, Batman.
Y por ello creo que podemos usar los arquetipos junguianos, aunque el fondo sean un mero artificio, como herramientas de medida que nos permitan comparar las narrativas de los cómics con la ficción propia de otros momentos históricos, como pueden ser los mitos clásicos. En concreto, tratando de seleccionar aquellos que he encontrado menos misóginos y racistas, en este texto hablaré de tres de ellos: la sombra, el héroe y el self.
La sombra no es solo el primer arquetipo sobre el que he querido reflexionar, también fue el primero que desarrolló el propio Jung. Y no es para menos, porque el arquetipo de la sombra es el que tiene unas raíces más profundamente psicoanalistas. La sombra representa al propio inconsciente, todo aquello que nos aterra de nosotros mismos, precisamente porque es desconocido. Surge de todas aquellas conductas que nos han sido negadas o tachadas como inapropiadas y no nos atrevemos hacer. En un lenguaje más psicoanalista, aquello que hemos reprimido.
En la ficción este es un concepto muy interesante que siempre se ha reflejado a través de la dualidad. La sombra existe en torno a algo, es su reflejo oscuro. Es la serpiente en el Génesis y Lucifer en el Nuevo Testamento. Es el hombre lobo y el vampiro. También la encontramos en los cuentos populares, como en el lobo de Caperucita Roja. O en novelas góticas del siglo XIX, como en “El retrato de Dorian Grey” o en “El extraño caso del Doctor Jekyll y el señor Hyde”.
Pero, en contra de lo que pudiera parecer, Jung nunca definió a la sombra como malvada. Ningún arquetipo lo es. La sombra existe porque tiene la función de mostrarnos que podemos ser más de lo que somos, que estamos limitados. La sombra nos muestra todo lo malo que tenemos dentro, como un espejo terrible, y nos empuja a hacer consciente todo lo que tememos de nosotros mismos. Si fuera psicoanalista diría que la función de la sombra es enseñarnos a hacer pequeño nuestro mundo inconsciente; pero como no lo soy, simplemente diré que todas estas representaciones de la sombra nos enseñan que tenemos que afrontar nuestros males para poder madurar.
Esta narrativa se ha trasladado a los cómics en una infinidad de historias. Tenemos a Midnigther, en contraposición de Apolo; o al Veneno original, como contraparte instintiva de Spiderman. Sin embargo, creo que al hablar de “sombra” todos tenemos en mente un personaje muy concreto y que realmente funciona a la perfección dentro de este arquetipo, incluso dentro de varios dualismos.
Creo que podemos hablar de Batman como la sombra de muchos personajes. Lógicamente, funciona la sombra de Robin y también como la de Superman. Sin embargo, considero que la relación más interesante que podemos analizar es su antagonismo con la figura de Bruce Wayne.
Todos los superhéroes tienen una identidad secreta, que genera una pequeña dualidad; pero ninguna es presentada como la relación entre Bruce y Batman. Bruce Wayne representa el día, lo respetable, incluso lo legal; mientras que Batman es la noche, lo oculto, lo instintivo. La máscara de Batman crea una identidad nueva, que atormenta y controla a Bruce Wayne. Batman impide que Bruce Wayne sea feliz. Y esto dependerá mucho del autor que lo guionice, claro, pero en muchas ocasiones ni siquiera renegar de Batman, ni siquiera abandonar la máscara, permite a Bruce Wayne ser feliz.
Me parece especialmente interesante la visión que mostró de esta dualidad Tom King en su Annual #2 de la serie Batman, en la que el personaje conseguía ser feliz al final de su vida. Y la forma de lograrlo no consistía en renunciar de Batman, sino todo lo contrario, fundir a Bruce Wayne con Batman, vivir como Batman, con su familia y hallar el equilibrio. Cuando Bruce se funde con la sombra y forman una unidad, cuando deja de huir de ella, pero tampoco deja que le controle, la sombra deja de atormentarme, porque por fin ha conseguido madurar.
Es precisamente este proceso de maduración el que da lugar al segundo arquetipo. El héroe es un arquetipo algo distinto a la sombra porque se representa en torno al desarrollo. Si la sombra se percibía en la dualidad, el héroe aparece en el camino, en el viaje. Este arco narrativo ha sido puesto de manifiesto en centenares de obras a lo largo de la historia, desde la Odisea de Ulises, hasta los viajes de Bilbo y Frodo a través de la Tierra Media. Incluso, desde una perspectiva más onírica, tenemos el recorrido de Alicia a través del País de las Maravillas.
El viaje del héroe normalmente es literal, pero también es espiritual. El héroe busca alcanzar una serie de metas, pero por el camino se encontrará una serie de obstáculos que tendrá que superar. Y estos obstáculos representarán precisamente aquellos arquetipos del inconsciente, como la sombra, a los que el héroe deberá enfrentarse para poder desarrollarse y madurar. Y así, cuando llegue a la meta, ya habrá alcanzado el verdadero objetivo del viaje, convertirse en una persona mejor.
Pese a que los vaivenes editoriales y el sistema de guionistas dificultan encontrar un claro arquetipo del desarrollo, sí que podemos observar una gran variedad de ejemplos de este viaje en el cómic de superhéroes. Una de las representaciones más claras y directas del arquetipo del héroe está en la historia de Wonder Woman. Es una historia clásica del héroe, Diana abandona su hogar, en busca de alcanzar una serie de metas que en muchas ocasiones no puede alcanzar, pero que sin embargo la llevarán a descubrir quién es ella realmente y a enfrentarse a sus propios miedos. De esta manera, cuando Wonder Woman vuelva a Themyscira será una persona diferente, pero no por las razones que creía.
Sin embargo, me parece mucho más interesante analizar otro ejemplo del viaje del héroe, aunque este sea de un carácter mucho más introspectivo. Se trata de la historia de Dick Grayson, el primer Robin. Como he mencionado, considero a Batman una representación de la sombra de Robin, en todas sus encarnaciones, pero principalmente para Dick Grayson. Fue por ello completamente inevitable que este choque frontal de personalidades acabara separando de forma irreconciliable al joven Dick Grayson del que hasta entonces había sido su mentor. Robin no se sentía cómodo con la actuación de Batman, la sombra de su inconsciente, pero en vez de apropiarse de ella, decide huir.
Es el principio del viaje del héroe, en el que Dick trata de definirse como Robin lejos de Batman, lejos de su “hogar”. Sin embargo, el proceso de maduración del personaje, enfrentándose, a través de muchos villanos, a los distintos arquetipos del inconsciente, le llevará a convertirse en el líder de otro grupo de superhéroes: los Teen Titans, con los que descubrirá la necesidad de fundirse con esta sombra de la que está huyendo y convertirse en algo distinto. De esta manera, el proceso de maduración de Dick concluirá cuando el personaje renuncie a ser Robin y se convierta en un individuo independiente y más maduro: Nightwing. Con el tiempo, siguiendo el último paso del viaje, Dick también se reconcialará con el que fue su maestro, aunque él ya no sea exactamente el mismo.
Pese a todo, hay algo que está claro, tanto en el ejemplo de Nightwing, como en Wonder Woman; y es que el viaje del héroe nunca es el final de la historia. De hecho, en el desarrollo de estos personajes seguramente se hayan producido innumerables viajes y todos les hayan hecho madurar un poco más. Porque algo intrínseco a la madurez es que es, a nivel absoluto, inalcanzable. Jung definiría este estado a través de un tercer arquetipo llamado “self” o “sí-mismo”.
El self representa el equilibrio, el Dios dentro de nosotros. Para Jung, todas las representaciones divinas no eran más que proyecciones del arquetipo self, y, por tanto, no serían más que un cúmulo de todo aquello que aspiramos a ser pero no podemos alcanzar. La victoria total sobre el inconsciente, el motor que nos mueve hacia la totalidad, consistente en comprender simultáneamente nuestra unicidad y nuestra pertenencia a un todo.

Bendu: el concepto del equilibrio en Star Wars
Sus representaciones son múltiples. Sin duda está presente en figuras como Cristo o Buda, pero también se encuentra expresado a través de personajes sabios como el mago Merlín. Otra representación frecuente es la que Jung denominó “hombre cósmico” y se encuentra en Adán, en la cultura Occidental, pero también el Gayomart persa o el Purusha hindú. En algunas ocasiones está incluso representado con el Sol.
Podemos encontrar estas representaciones de sabios a los largo de la literatura contemporánea, con personajes como Gandalf o Dumbledore; pero también en personajes de cómic como el Doctor Extraño o Charles Xavier. Algo más difícil es encontrar representaciones del “hombre cósmico” entre las que, por ejemplo, podríamos señalar a Aslan, de las Crónicas de Narnia o, en el cómic de superhéroes, el Doctor Manhattan.
Creo, sin embargo, que pese a tener múltiples representaciones y posiblemente ser poco cercano al arquetipo puro definido por Jung, hay un personaje en el que podemos encontrar todo lo que el self quiere expresar: Superman.
Está claro que Superman es un personaje, ante todo, equilibrado; entre lo heroico y lo cercano, entre lo afectuoso y lo autoritario. Es un ejemplo algo impreciso, porque las representaciones del self suelen estar más allá de la moral y la ética, frente a los profundos principio morales de Superman; pero está claro que es un personaje consciente de su unicidad, aunque también de la unicidad de todos los individuos y que está dispuesto a formar parte de la maquinaria colectiva de la sociedad en la que vive.
Sin embargo, la verdadera razón por la que creo que Superman representa de manera clara el self es porque, ante todo, Superman es esperanza. Es un personaje que motiva al resto, dentro y fuera del cómic, a ser mejor, a mostrar lo mejor de cada persona. Es una figura que, volando en el cielo, se muestra lejana e inalcanzable, pero que demuestra que puede ser como cualquiera. Superman representa la fuerza para enfrentarse al inconsciente, pero también inspira al resto a iniciar su propio viaje del héroe para poder alcanzarle, para parecerse a él.
Quizá en la obra “All Star Superman” de Grant Morrison, podemos encontrar una representación más cercana al arquetipo puro, con un Superman que evalúa su propio papel en el mundo y acepta su muerte cuando comprueba que no es necesario. Esta representación va incluso más allá cuando el personaje se funde con el Sol al final de la obra.
Llegados a este punto del desarrollo del pensamiento de Jung, podemos observar claramente su desvío epistemológico hacia un saber prácticamente metafísico, en el que indicaba que el origen de nuestra motivación está en nuestro inconsciente y se construye de tal modo que sus distintas representaciones nos invitan a alcanzarlo.
No creo que estos conocimientos sean realmente válidos ni útiles, más allá de su interés en la historia de la Psicología. Sin embargo sí que creo que podemos extraer algo en claro de todo esto.
Por un lado, creo que gracias a los arquetipos podemos observar hasta qué punto los cómics de superhéroes beben de un devenir literario que ya encontramos en los mitos clásicos, y que seguramente provenga de mucho tiempo atrás. Pero creo que lo más importante de esto es que, pese a todo a lo que ha cambiado el mundo y vivamos donde vivamos, nos seguimos emocionando con una serie de historias y nos seguimos identificando con una serie de personajes con los que la humanidad ha convivido durante toda su historia. Que, pese a que las formas narrativas hayan cambiado, los conflictos inherentes a las historias que leemos siguen generando en nosotros el mismo interés que generaban hasta en nuestros más antiguos antepasados.
Porque, y esto ya es cosecha mía, pese a que el mundo cambie y en nuestras vidas apenas sean reconocibles las costumbres de nuestros antecesores, nuestros conflictos internos, los problemas que realmente nos preocupan y nos emocionan, y los miedos que nos invaden, han seguido siendo los mismos a lo largo de todos los siglos por los que hemos pasado.